“Cristo es el verdadero ‘tesoro’ por el cual vale la pena sacrificarlo todo; Él es el amigo que nunca nos abandona porque conoce las esperanzas más íntimas de nuestro corazón”, fue la exhortación que el Pontífice hizo extensiva a todos los cristianos al meditar el Evangelio hodierno.
En efecto el Santo Padre hizo suyas la respuesta del Apóstol Pedro a la pregunta de Jesús sobre su propia identidad. “Jesús es el ‘Hijo del Dios vivo’, el Mesías prometido, venido a la tierra para ofrecer a la humanidad la salvación y para satisfacer la sed de vida y de amor que habita en todo ser humano”.
Más adelante el Papa hizo también una reflexión sobre la afirmación que hace Cristo ante las respuesta de Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”. “Es la primera vez que Jesús habla de la Iglesia, cuya misión es la realización del grandioso designio de Dios de reunir en Cristo a la humanidad entera en una única familia”.
“La misión de Pedro y de sus sucesores –continuó el Papa- es justamente la de servir a la unidad de la única Iglesia de Dios formada por judíos y paganos; su ministerio indispensable es lograr que ésta nunca se identifique con una sola nación o con una sola cultura, sino que sea la Iglesia de todos los pueblos para hacer presente entre los hombres, marcados por innumerables divisiones y contrastes, la paz de Dios y la fuerza renovadora de su amor”.
Ante tal responsabilidad el Papa se dirigió a los presentes diciendo: “Cada vez me doy más cuenta del compromiso y de la importancia del servicio a la Iglesia y al mundo que el Señor me ha confiado. Por esto pido a vosotros queridos hermanos y hermanas que me sostengan con vuestra oración para que, fieles a Cristo, juntos podamos anunciar y testimoniar su presencia e nuestro tiempo”.
Seguidamente el Santo Padre rezó el Ángelus, saludó en diversas lenguas a los presentes e impartió su Bendición Apostólica.
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