Pasar por inocente es la expresión con la que comúnmente se quiere dar a entender que una persona fue expuesta en su nobleza, aquella misma nobleza que sirve para denominar las partes nobles (que ya está ampliamente difundido qué partes son por lo menos en los hombres).
En otras palabras, es una expresión que justifica una serie de bromas que se valen de la credulidad o confianza, generalmente aplicadas cada 28 de diciembre.
Día que para los católicos está dedicado a los santos inocentes. He aquí, muy a propósito de la fecha, una reflexión para la cual EL MUNDO, consultó al antropólogo, Hernán Darío Gil y al Padre Diego Uribe, delegado de liturgia de la Arquidiócesis de Medellín.
La pretensión no es otra que la de contar: ¿Qué motivo hay para tener una ‘celebración’?, ¿qué relación hay entre lo histórico y las bromas acostumbradas en esta fecha? y ¿qué alternativa es más apropiada para el contexto social en que vivimos? ¿Por qué una celebración ? En primer lugar, las fuentes consultadas coinciden en referirse a la matanza de los menores de dos años, ordenada por Herodes El Grande, motivado por los celos originados por el rumor del nacimiento del que sería el Rey de los Judíos.
El historiador judío Flavio Josefo, registra el hecho en Belén de Judea, donde se dio muerte por orden del rey a los descendientes de la casa de David, entre quienes estaría aquel con derecho al trono.
La historia cuenta que para la matanza se basaron en el Censo realizado cuando Quirino fue gobernador de Siria para exterminar a los niños judíos y no a los romanos que residieran en la región invadida por el imperio.
Valiéndonos de nuestro calendario, se tendría que situar el hecho (muy lamentable por cierto) entre el año 1 y el año 2 de la era actual. En este orden, como dice una canción que fue famosa por los tiempos del quinto centenario del descubrimiento, “no hay nada qué festejar”.
El peso de las bromas El antropólogo Hernán Darío Gil señala que es costumbre en Latinoamérica, burlarnos de las tragedias. Para ejemplo, el caso de la tragedia ocurrida en Armero, hace 23 años, tras la erupción del volcán Arenas, de dónde salieron tantas historias de tristeza, pero también el chiste posterior de que en el pueblo se fundaría la guardería “Mi primer pantanito”.
Sin comentarios de mi parte y mis respetos al dolor de quienes lleven en su memoria lo sucedido en esta población del norte del Tolima.
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